Estamos muy ciegos y no nos damos cuenta del final de nuestro camino. Asistimos a entierros como uno más de nuestra vida y no pensamos en el nuestro. Quizás ni se nos pase por la cabeza que también llegará. Sí, lo sabemos y lo confesamos pero, ¿realmente nos damos cuenta? Lo mismo ocurre con nuestra fe. Está dormida. Decimos que creemos, pero no estamos activos ni nos movemos de nuestro habita y comodidad establecida. Nuestra fe empieza en nuestros labios y allí mismo termina.
Nos habla Jesús, pero sus Palabra no llegan a nuestros corazones. Estamos muy entretenidos con ocupar los primeros puestos y, ni nos entendemos ni nos enteramos de nada. Es posible que poco podamos hacer por nuestra cuenta, pero, no estamos solos. Él Señor nos ha prometido estar con nosotros y que si creemos en Él podemos hacer muchas cosas. Tantas como Él y hasta más - Juan 14, 12 -.
¿Dónde y cómo está nuestra fe? Esa es nuestra tarea. Dios nos ha dado libertad de elegir y tendremos que elegir, pero necesitamos estar con Él y abrirnos al Espíritu Santo. Es eso lo que tratamos, todos juntos, pedir al Señor ahora en estos momentos de oración y reflexión. Ven Señor, envíanos tu Espíritu y danos la Vida de la Gracia. Inunda nuestros corazones de tu Sabiduría y renuévanos por dentro. Haz que nos demos cuenta de saber distinguirte y conocerte. Haznos entender lo que tu Hijo, nuestro Señor Jesús, nos revela y el Dios Padre que Él nos presenta.
Queremos, Señor, conocer tu Buena Noticia. No la de los hombres ni tampoco sus leyes, sino conocer tu Corazón y tu Misericordia. La misma que tienes con todos nosotros. Haznos descubrir esa necesidad de ser compasivos y misericordioso, porque, en ellas consiste y se esconde la verdadera felicidad. Amén.