Cuando el hombre trata de opinar o juzgar cualquier hecho o ley, la diversidad entre unos y otros es notoria. Eso se ve cada día en las distintas interpretaciones de las leyes. Hay leyes incluso que dan lugar a diferentes interpretaciones. ¿Qué ocurre entonces? ¿No debe estar la ley suficientemente clara para no dejar lugar a la duda o a la interpretación? ¿Por qué una ley se puede interpretar de varias formas?
Esas dudas e interpretaciones ante una misma ley deja en evidencia la imperfección del hombre. Y las limitaciones que tiene para discernir respecto a la verdad. Todo está regulado y contaminado por su propia naturaleza humana, que está herida por el pecado. Así, sus egoísmos, sus avaricias, sus debilidades, sus apetencias y todos sus pecados le someten al error y a la equivocación.
Es de suma claridad que la ley no puede estar para someter al hombre, sino para ayudarle a un orden, a una verdad y justicia. Y todo lo que suponga un mal contra él sería injusto. Por tanto, una ley que no busque el bien del hombre sino lo contrario sería injusta. Es decir, dejaría de ser ley Y hay muchas en este mundo a las que los cristianos debemos oponernos. El aborto, las desigualdades, las dictaduras, las explotaciones, que aunque algunas no están contenidas en las leyes, sí se permiten como si lo fueran.
Todo eso da como resultados enfrentamientos, migraciones y muertes que vemos cada día en el mundo que vivimos. Por lo tanto, la mirada humana está enferma cuando se aparta de Dios. Pidamos que el hombre vuelva su mirada a Dios para que, desde Él y por la acción del Espíritu Santo, regule las leyes de este mundo en favor de la verdad, la justicia y el bien del hombre. Amén.
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