Hay muchos momentos difíciles en nuestra vida. Momentos de renuncia, de sacrificios y de penitencia. No hace falta buscar mucho para darnos cuenta que en nuestra vida hemos tenido que esforzarnos y sacrificarnos para conseguir una preparación para ganárnosla económicamente y poder vivir, e incluso formar y fundar una familia. La vida, de por sí, es ya un constante ayuno.
Pero, eso no nos priva de vivir momentos de alegría y de felicidad. Sobre todo cuando las cosas salen bien y cuando todos nos podemos reunir y festejar la vida, la felicidad y los buenos momentos de prosperidad y gozo. Para el cristiano, la presencia de Jesús es siempre motivo de alegría y de gozo. Estamos salvados y liberados del pecado por el amor del Padre, porque, por el Hijo enviado - nuestro Señor Jesús - hemos sido rescatado para recuperar nuestra adopción de hijos de nuestro Padre Dios.
Por lo tanto, son momentos de alegría y de fiesta. El Señor está presente entre nosotros y, por lo tanto, el Reino de Dios ha llegado. Vida nueva para una vida llena de esperanza y de un nuevo renacimiento por medio del bautismo. Por eso, en la presencia del Señor nos alegramos y hacemos fiesta. Ya habrá momentos para la lucha, la penitencia y el sacrificio, que llegarán cuando tengamos que enfrentarnos, en las horas decisivas, contra las tentaciones y apetencias de nuestras propia naturaleza humana herida por el pecado.
Llamaremos al Señor, caminaremos en su presencia y en Él abandonaremos todos nuestros sufrimientos; todas nuestras penas y cargas para que, también en Él, se nos hagan más suaves y ligeras. Te pedimos, Señor, que nuestro caminar sea un caminar consciente de que Tú lo haces también con nosotros y que nuestras fatigas en Ti se convierten en alegría, en ánimos y perseverancia para no desfallecer y seguir, tras tus pasos, tu camino, porque en Ti creemos y Tú eres nuestro Camino, Verdad y Vida. Amén.
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