Es posible que no hayamos descubierto nuestras parálisis. Quizás están muy ocultas dentro de nosotros y pasan desapercibidas. Aparentemente estamos saludables y nuestras piernas se mueven rápidas al ritmo que nuestros músculos tiran de ellas. Incluso, hacemos deporte y nuestra elasticidad corporal responde muy bien. No hay síntomas de parálisis. Y si eso es lo que parece y vemos no tenemos necesidad de recurrir al médico.
Sin embargo, tenemos dificultad para escuchar a alguna persona amiga que necesita ser escuchada. Tenemos dificultad para compartir con quien lo necesita y grandes problemas con nuestra solidaridad y generosidad con los demás. Sobre todo con los que sufre. Igual no nos hemos dado cuenta, pero pensamos solo en nosotros y, lo más, nos apenamos o compadecemos de los sufrimientos que padecen otros o que las noticias nos descubren.
Pero, lo hacemos desde otro ángulo, como mero espectadores y sin tomar parte activa en ello. Ni siquiera con nuestra preocupación y oración. Cosa que ni siquiera creemos en ella o no le damos mayor importancia. Las parálisis no están en la inmovilidad de nuestros músculos, al menos las importantes, sino en nuestro corazón. Quizás esté apagado, empapado de esa agua insípida, estancada y casi muerta. Necesita ser transformada, purificada y convertida en ese vino nuevo que trae vida nueva, generosa, compartida, alegre, y renovada.
Hay algunos santos que, estando inmovilizados, se han movido mucho. Ha corrido con su generoso corazón y han alcanzado la cima hasta encontrarse y llegar a Dios. Sí, después de este recorrido he descubierto que yo también tengo muchas parálisis que necesito curar, y tiendo mi mano, Señor, me atrevo a ponerla delante de Ti. Quizás, sin tu permiso, pero confiado en que Tú la advertirás y la sanarás. Y es eso lo que te pido, Señor, cura mis parálisis que me impiden llegar y encontrarme contigo. Amén.
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