Nuestra limpieza es aparente. Se esconde y no se ve a simple vista. Nos relacionamos y nadie advierte a primera vista nuestra lepra escondida. Vivimos en el pueblo, aceptados y bien considerados sin ser denunciados por nuestra lepra.
Pero, queramos admitirlo o no, estamos infectados de lepra. Lepra del siglo XXI revestida de egoísmo, de envidia, de avaricia, de satisfacciones, de placeres, de comodidades, de odios, de vicios, de riquezas, de pasiones, de malos sentimientos, de intenciones malas, de pecados. Una lepra difícil de curar, porque necesita un corazón de carne convertido por amor.
No hay médicos que puedan curarla, sino sólo Tú, Señor. Ese leproso que te busca y lo curas, tal como nos dices hoy en el Evangelio, ha sabido encontrar al médico verdadero. Yo también, Señor, quiero encontrarme contigo y pedirte que me cures. Límpiame de todas esas lepras que me invaden y me esclavizan.
Límpiame de todas esas lepras que me someten y me ciegan arrastrándome con el lodo de este mundo perdido y ciego, que te rechaza abrazando el virus de los vicios y enfermedades mundanas. Cúranos Señor de las cadenas que nos impiden amar y nos hunden en el desamor y la confrontación. Sólo Tú, Señor, puedes limpiarnos.
Y yo confío en Ti, Señor, porque has venido, enviado por tu Padre, a salvarnos por amor. Por eso, Señor, te ruego, como el leproso del Evangelio de hoy, que nos limpies.
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