El ciego que nos presenta hoy el evangelio está al borde del camino, necesitado de salvación, llama a Jesús que pasa. Su grito es una manera de mostrar su cansancio y su inconformismo. «Ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía», nos dice Santa Teresa (Vida 9,1).
La oración interior no es una práctica rutinaria, es un encuentro con Jesús, es el grito que provoca, al paso de Jesús, una herida de amor. ¿Qué grito nace, en este momento, en nuestra interioridad? Se lo decimos a Jesús. Jesús, ten compasión de mí.
Jesús, llámanos, abre nuestros oídos a tu voz compasiva. En lo más profundo de nuestro ser deseamos oír tu amor. Llámanos, otra vez, Jesús. Te necesitamos. Amén.
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