Verdaderamente estamos ciegos. Ciegos por este mundo confuso, espeso de nubes que nos impiden ver y que, esclavizados por nuestra naturaleza humana enjaulada en el pecado, nos experimentamos impotentes para poder libéranos y buscar ese deseo inevitable de ser felices eternamente. Igual que ese joven del Evangelio, Maestro bueno, recurrimos a Ti para pedirte la fortaleza necesaria para poder despojarnos de todo aquello que nos impide ver tu Misericordia Infinita por y con la que nos rescata y perdona nuestros pecados.
Gracias, Señor, por tanto amor. Queremos sostener nuestra mirada para acoger la Tuya y dejarla entrar plenamente en nuestro corazón. Queremos, y eso te suplicamos, que podamos experimentar ese Amor intenso y profundo con el que Tú nos mira y, sobre todo, acogerlo para experimentar el Amor Infinito con el que nos miras y deseas darnos esa plena felicidad y gozo que buscamos.
Señor, danos la sabiduría de entender que sólo en Ti podemos encontrar esa felicidad eterna que, como ese joven del Evangelio, nosotros también buscamos. Y que tengamos la fortaleza necesaria para no fruncir el ceño, sino todo lo contrario, abrirnos con entusiasmo y gozo a esa su Mirada que Jesús nos regala y nos ofrece para llenarnos de pleno gozo y felicidad. Porque, en Él está lo que buscamos. Amén.