La realidad está delante de nuestros ojos. Observamos el mundo y apreciamos que hay mucho mal. Es verdad que si nos fijamos detenidamente podemos convenir que hay más bien que mal, pero, eso no nos consuela cuando vemos el mal que sufrimos en este mundo. Mentiras, robos, violaciones, homicidios, guerras, dictaduras, explotaciones, racismo, xenofobias, abusos de poder, envidias y...etc. Nos sentimos inseguros e impotente para acabar con estos males que nos acosan.
Sí, el mal es nuestra enfermedad más peligros e imposible de erradicar por nosotros mismos. Porque, a pesar de que lo reconocemos y se lucha contra él, está dentro del hombre y se genera dentro del hombre. Es el pecado que nos aniquila poco a poco y en la medida que no acudamos al verdadero y único Médico que puede curarnos. El Señor nos lo ha dicho cuando ha manifestado que ha venido a salvar a los que están enfermos y necesitan ser curados. No necesitan del médico los que están sanos, sino los enfermos.
Y el mal que anida en nuestro corazón es la enfermedad con la que nosotros no podemos luchar. Es el pecado que nos somete y nos tienta llevándonos a actuar negativamente y a hacer el mal. Es el pecado que nos pone en manos del demonio para llevarnos a la perdición y actuar contra el bien. Por eso, nuestra única esperanza es recurrir al Señor, que nos escucha, nos atiende y nos salva.
Él nos ha dicho que es el Camino, la Verdad y la Vida y siguiéndole encontraremos siempre la Verdad y la forma de despojarnos del mal y hacer el bien. En sus Manos seremos lo suficientemente fuerte para no dejarnos arrastrar por las tentaciones del demonio y, como Jesús en el desierto, vencerle apartándolo de nuestro camino.
Pidamos, confiados en la Palabra del Señor, esa Gracia de, injertados en Él, no separarnos de su Camino que es el verdadero Camino que nos lleva a la Vida Eterna en gozo y plenitud. Hemos sido puestos en este mundo para eso. No para terminar en un cementerio, sino para vivir eternamente compartiendo la Gloria del Señor. Amén.