No son normas establecidas, ni conjunto de prácticas. Podemos confundirnos y creer que con cumplir lo establecido en el decálogo todo está cumplido y ahí terminamos. De hecho, muchas personas confiesan que ellos no roban, no perjudican a nadie, ayudan cuando y cuanto pueden y se portan bien. Al menos desde su punto de vista. Se consideran buenas personas.
Posiblemente, sería la respuesta de muchas personas, y quizás muchos de nosotros, a la oferta que nos hace Jesús respondiendo a la pregunta de ese joven rico. La religión no consiste en un trabajo, ni en el esfuerzo de cumplir con unas prácticas o normas. Se trata de un esfuerzo constante y diario por superarte cada día en el amor, y amar más. ¿Cómo amar? ¿Quién es el modelo?
Lo tienes más que claro. El modelo es Jesús. Deja todo. Es decir, pon todas las cosas que atiborran tu corazón, cosas todas caducas, en un segundo plano y llénalo del Amor de Dios. Que Él ocupe todo tu corazón y sea tu primera prioridad. Y, ahora, puesto en primer lugar, ¡Vívelo!
Esa fue la respuesta que Dios el Señor a ese joven rico, y también a cada uno de nosotros. No busque el mínimo de cumplimientos, sino que trata de perfeccionarte cada día más. Porque, el amor no regatea. Ni siquiera ante la muerte. El amor se entrega plenamente con todas tus fuerzas y con todo tu corazón. Así nos ama Jesús y así tenemos también nosotros que intentar amarle a Él.
Claro, nunca por nuestra cuenta, sino siempre injertado en Él. Siguiéndole, a su lado, juntos y acompañados por los que intentan también seguirle. Por la Iglesia triunfante que está en el Cielo, sobre todo, nuestra Madre, la Virgen María, que nos arropa y nos anima. Y todos los que, todavía aquí, seguimos, como Iglesia purgante, el camino hacia el Cielo.
Pidamos al Espíritu Santo las fuerzas necesarias para continuar nuestro camino. Nunca desfallecer ni entregar nuestro corazón a los bienes y riquezas de este mundo, sino confiados y entregados, por la Gracia de Dios, al esfuerzo de ser mejores cada día un poco más. Amén.