¿No has experimentado paz, gozo y felicidad cuando has entendido que has actuado con justicia y en verdad? ¿No te sientes bien interiormente cuando crees que has hecho algo bueno para ti o para otros? ¿Y qué nombre le darías a eso? ¿Felicidad? Pues, ese es el Reino de Dios, que lo descubres cuando actúas en verdad, con justicia y con amor. Precisamente, en aquellos que lo necesitan porque son vulnerables e indefensos.
No busques el Reino de Dios en lo grandioso, en lo extraordinario y espectacular. El Reino de Dios se esconde en lo simple, en lo normal de cada día y en la cotidianidad de lo humilde y sencillo. Así vino el verdadero Reino de Dios al mundo, de forma sencilla y humilde y, simplemente anunciado a los pastores. Nació sin anuncios de trompetas ni solemnidades. Simplemente en un pesebre. Pero, lleno de amor y de paz.
Ese es nuestro verdadero Reino, imitar a Jesús en lo cotidiano de nuestros quehaceres presentes. Con humildad, con sencillez y con naturalidad. Descubriendo que en cada acto de amor y de servicio se hace presente el Reino de Dios. Un Reino de amor, de justicia y de paz. Un Reino que te llena de dicha y esperanza y te invita a esa Vida Eterna que nos anunció Jesús en su venida a este mundo. Él, precisamente encarna ese Reino de Dios, al que anhelamos llegar siguiendo sus pasos y en el esfuerzo de imitarle.
Pidamos esa Gracia al Padre, para que, en cada instante de nuestra vida descubramos que podemos, con nuestra disponibilidad de servir por amor, hacer presente el Reino de Dios. Amén.
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