En muchos momentos en los que estoy delante del Sagrario y, por tanto, consciente de que allí está real y verdaderamente presente el Señor, me culpo de mi despiste, de mis egoísmos y de que solo busco lo que verdaderamente me importa. Es posible que, en mi descargo y siendo sincero, no me doy cuenta, ni esa son mis intenciones.
Y también, es verdad que pido por otras necesidades y problemas. En realidad no debo de decirlo, y me empuja a hacerlo solo la buena intención de compartir. El Señor sabe mejor que nadie - incluso que yo - de mis auténticas y verdaderas intenciones.
Nunca debo ni debemos olvidar nuestra condición humana, que por ser humana es pecadora y, por tanto, expuesta a las tentaciones que tratan de desviarte, confundirte y hacerte dudar. Es mi propia experiencia y la que, sin otra resistencia, abandonarme en súplica y ruego, al Señor, aceptando mi humilde y pequeña crucifixión en esa lucha contra las tentaciones.
Me da miedo, Señor, que esconda mis pecados y, aparentemente, me presente como un fiel, piadoso y buen creyente. Quiero más acercarme a aquel publicano - Lc 18, 9-14 - que, inclinada su cabeza te pedía perdón y se confesaba pecador. ¡Señor perdona todos mis pecados y purifica todas mis malas intenciones para que pueda adorarte en Espíritu y Verdad!
¡Haz, Señor, que mi oración sea pura y llena de buena intención, a pesar de mis fallos, egoísmos y pecados! Convierte mi impuro corazón en un corazón puro, limpio, inocente y abierto a tu Amor Misericordioso. Amén.
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