Mi encuentro con el Señor no puede quedarse en un diálogo con Él cargado de buenas promesas e intenciones. Porque, si ahí empieza y termina mi oración, es falsa, hipócrita y solo de apariencias. El amor al que me invita Jesús es un amor comprometido, arriesgado, difícil, a veces duro, incomprendido, gratuito, quizás con frecuencia no reconocido y, sobre todo, doloroso - de cruz -.
Pero, a pesar de todo eso, el amor, por la Gracia de Dios, está siempre lleno de gozo y satisfacción. Porque, el encuentro en Jesús es el amor, quizás sin saberlo, que andabas buscando. Le ocurrió eso a Andrés y, posiblemente al mismo Juan cuando, estando con Juan el bautista, éste le señalo a Jesús como el Cordero de Dios. Y ese encuentro fue para ellos determinante, encontraron lo que andaban buscando.
Jesús te invita. Pregunta a Andrés y a Juan, ¿qué buscan? Y a las respuestas de ellos, les responden: Vengan y veréís. También nos lo dice a nosotros. Pero, ¿cuál es nuestra respuesta? Realmente, ¿queremos ver? Esa es la cuestión, la decisión que tengo que tomar. ¿Me arriesgo, me decido, me comprometo a conocerle y a escucharle? Y si me decido y doy el paso, ¿estoy disponible y entregado a seguirle con todas las consecuencias?
Pidamos esa fuerza y valentía para no volvernos atrás a causa de nuestros miedos y cobardías. Pidamos sabiduría y capacidad de discernimiento para saber realmente qué debemos hacer, e injertados y abiertos a la acción del Espíritu Santo, dar el paso de comprometernos por amor. Porque, es realmente ahí donde encontramos esa felicidad y gozo eterno que buscamos. Amén.
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