Es evidente que todos queremos y buscamos en esta vida ser felices. La felicidad es la razón y el móvil que nos mueve cada día. Pero, sería muy importante reflexionar sobre donde apoyamos esa búsqueda de la felicidad. Porque, si la apoyamos en las cosas que nos ofrece este mundo, podemos equivocarnos. Es verdad que son necesarias y nos hacen falta, pero, de poner en ellas todo nuestro corazón y la razón de nuestra vida nos equivocaríamos gravemente. Porque, todo lo de aquí abajo se acaba y, ¿después qué?
Detrás de una vida cómoda y placentera no hay nada. Sólo encontraremos el vacío y el sin sentido. Y, como consecuencia nos espera una eternidad de terror, sufrimientos y penalidades. Por tanto, cuidémonos de vivir centrando nuestra vida en nosotros y acomodándola a procurarnos satisfacciones olvidándonos de todos aquellos que sufren y lo pasan mal. Sobre todo los más indefensos y pobres.
Es ahora la hora, la hora de ganarnos esa eternidad plena de gozo y felicidad que, en el fondo de nuestros corazones, todos buscamos, pero que, llevados por nuestro orgullo, soberbia y apetencias buscamos por otros caminos según nuestras propias decisiones. Pidamos levantar la mirada, pararnos y reflexionar desde la acción del Espíritu Santo. Ese Espíritu Santo que nos acompaña desde la hora de nuestro bautismo y nos orienta, nos auxilia y asiste para que sepamos encontrar el único y verdadero camino de esa felicidad que buscamos. Y que no es otra que poner en el centro de nuestra vida al Señor. Amén.
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