A veces no nos salen las palabras, y otras, quizás, hablamos más de la cuenta. Jesús indicó a los apóstoles la manera de orar al señalarles el Padre nuestro. En él se recogen todas las características de la oración, porque lo importante es reconocer a Dios como nuestro Padre.
Llamarle Padre es lo primero que debe salir de nuestros labios. Padre Bueno y Padre nuestro, porque es el Padre de todos, y ese ser de todos nos hace hermanos. Y como hermanos estamos llamados a amarnos. Porque los hermanos se deben amar y sienten ese amor. Como Padre, santificamos su Nombre y deseamos estar en su Reino.
Porque el Reino de nuestro Padre es lo mejor que nos puede ocurrir. Es lo que más deseamos, y por eso le decimos: "Venga a nosotros tu Reino". Y no como a nosotros se nos antoje, porque lo podemos perder, sino según su Voluntad. Porque Tú, Señor, eres quien sabes lo que nos conviene.
Danos, Señor, el pan de cada día, el amor que cada día necesitamos para unirnos y no separarnos; el pan de nuestro servicio, de nuestra entrega, de nuestra justicia y caridad de cada día. Y, porque somos unos pecadores, perdonamos nuestros pecados, y danos la voluntad, la sabiduría y la fortaleza de perdonar también nosotros a los que nos ofenden como Tú, Señor, lo haces con cada uno de nosotros.
Líbranos, Señor, de los peligros de este mundo; de las tentaciones y comodidades que la vida placentera nos ofrece y nuestra humanidad caída nos reclama. Pon el coraje en nuestro corazón de negarnos, de ser fuertes y decir no, y de confiar en la Gracia que el Espíritu nos dará para salir victoriosos y no caer en la tentación. Amén.
Enséñanos a rezar de esta forma, Señor, y a vivir cada momento de nuestra vida en íntima relación con el Padre. Amén.
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