Por naturaleza estamos predispuestos al rechazo. Y lo vamos adquiriendo en la medida que maduramos desde la docilidad y pureza de intenciones del niño, a la soberbia y malicia de intenciones del hombre. No cabe duda que es la naturaleza de nuestro pecado original. Estamos tocados y heridos, y en la medida que pasamos del hombre nuevo purificado en el Bautismo al hombre viejo, herido por el pecado, alimentamos el rechazo a todo lo que nos viene de Dios nuestro Padre.
Necesitamos, pues, permanecer en el Señor. Ser dócil y obediente y seguirle por medio de los sacramentos. No podemos dejar que ese hombre nuevo, nacido en el Bautismo, muera por el pecado al alejarse de nuestro Señor y cerrar su corazón a la acción del Espíritu Santo. No podemos cegarnos por la soberbia y ver en la bondad y el amor del Señor la acción del demonio, porque Jesús viene a liberarnos precisamente del poder del Maligno que trabaja para que permanezcamos en el pecado.Y el Maligno no permitiría luchar contra sí mismo.
Mantenernos en el hombre nuevo, renacido a la Gracia, es cosa de permanecer unido e injertado en el Señor. Abiertos a la acción del Espíritu Santo y confiados en su poder y su amor. Por eso, seguros de su presencia y abandonados a su Gracia, mantengamos la calma y la esperanza de alcanzar la victoria sobre la muerte del pecado y renacer a la Vida de la Gracia junto al Padre que nos ama y nos salva.
Danos, Señor, la paciencia de sabernos cuidados, protegidos y salvados en tu Espíritu y aguardar esperanzados la hora que Tú has elegido para llevarnos a tu presencia. Amén.
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