Pedir la fe es la oración de todos los días. No obstante, nuestra lucha consiste en eso: Construir una fe firme y sobre roca, para que las tempestades no la derriben. Una fe firme sobre la Roca de tu Amor por el que has dado tu Vida por mí y todos los hombres.
Dame, Señor, la sabiduría de experimentarlo y la voluntad de pedírtelo a diario. De no desfallecer como aquella mujer viuda con el juez injusto (Lc 18, 1-8). O también como el centurión, con confianza, con seguridad y decisión, porque Tú, Señor, escuchas a todo el que se acerca a Ti. No porque yo lo diga, sino porque tu Vida lo descubre y lo afirma: Al llegar Jesús a casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. Le tocó la mano y la fiebre la dejó; y se levantó y se puso a servirle. Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; Él expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: «Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades.
Todo en Ti se cumple, y la Roca que lo fundamenta es tu Resurrección. Por eso, Señor, aumenta nuestra fe y haznos, a ejemplo de tu Madre María, fieles seguidores tuyos que tratan y se esfuerzan en cumplir tu Voluntad. Porque esa es nuestra máxima aspiración y meta. Amar a tu estilo y sobre todo a los pobres que más lo necesitan.
Sin Ti, Señor, quedamos a la deriva, perdidos y sin voluntad de exigirnos renunciar a nuestros egoísmos. Insistimos como aquella viuda para que transformes nuestros corazones, porque aunque sabemos que Tú nos escuchas y tu Misericordia es Infinita, necesitamos suplicarte cada día que nos ayude a superar nuestras debilidades. Eso nos da confianza y nos reconforta. Gracias Señor.
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