Llevados por este mundo perdemos la presencia de Dios, porque, Él, estando en el mundo no es de este, ni está en las cosas de este mundo. Porque se encuentra en el Amor del Padre que lo ha enviado para transmitirnos la Misericordia con la que el Padre nos ama y nos perdona todos nuestros pecados ofreciéndonos la Salvación.
De ahí la necesidad de estar atentos y vigilantes a la presencia de Dios para no dejarnos tentar ni vencer por las ofertas y tentaciones del Maligno, príncipe de este mundo, que, como espejismos de felicidad, nos presenta el mundo en que vivimos.
No somos de este mundo aunque vivimos en él. Y vivimos para que, en el tiempo que por él pasamos, transformarlo llevando la presencia y vivencia de Dios a y entre los hombres. Y lo hacemos cuando nuestra esperanza contagia la esperanza de aquellos que, ciegos, apoyan sus esperanzas en las cosas de aquí abajo. Y lo hacemos, cuando descubrimos que Jesús, aunque Ascendido al Cielo a la derecha del Padre, se ha quedado sacramentalmente entre nosotros para alimentarnos y darnos Vida, pero Vida Eterna.
Y, el Padre, junto al Hijo, nos ha enviado al Espíritu Santo, que nos auxilia y enseña marcando el camino de todo lo que ha recibido de Ellos. Sí, Padre, este, tu Reino, está cerca. Y eso te pedimos en este día, que nos des la sabiduría, voluntad y esperanza de sabernos salvados de todo peligro para la Vida Eterna. Amén.
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