Si mi luz no es de paz, reflejaré guerra. Y cada vez que reciba una misiva desafiante levantaré mi llama de fuego contra el invasor o desafiante. Y eso es el reflejo que experimentamos en el mundo en que vivimos. La violencia engendra más violencia. Antiguamente, el corazón humano, que lleva en su seno la llama de la paz, puso el límite de la venganza y de respuesta al daño causado. No se podía herir más allá que lo que era proporcional a la herida recibida. De modo que si te ha quitado un ojo, tú puedes quitar otro.
Así nació el "ojo por ojo y diente por diente". De modo que se considera justo resarcirte en el daño que has recibido. Sin embargo, un corazón compasivo y misericordioso va más allá y no desea vengarse ni tampoco resarcirse, sino perdonar. Y desde siempre el hombre ha querido perdonar, pero herido por el pecado se ha visto imposibilitado para ello.
Hoy, en el Evangelio, Jesús nos dice: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda.
Como puedes ver, algo contrario a nuestra razón y que experimentamos que es superior a nuestras fuerzas. ¿Cómo podemos perdonar a quien nos hace daño? Sin embargo, estamos vivos y con esperanzas de vivir eternamente porque Dios nos perdona sin condiciones y con Misericordia. Porque no merecemos el perdón. Pero, Jesús, que nos conoce y, a pesar de eso, se compromete con nosotros, y nos dice que si no somos capaces de perdonar como Él, no alcanzaremos la Vida Eterna. Porque con su ayuda podemos vencer, y Él está dispuesto a ayudarnos.
Depende, pues, de nosotros. La ayuda del Señor está garantizada. Tenemos la presencia y compañía del Espíritu Santo y en Él somos mayoría aplastante e invencible. La paz es el camino y con Jesús podemos, como Él, ser antorchas de paz.
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