No es fácil arrepentirse. Una cosa es desearlo y otro experimentar dolor de arrepentimiento. A veces lo queremos, pero quizás no lo sentimos. Porque de sentirlo nos costaría mucho más volver a caer. Pero eso no es motivo de desespero, sino de sabernos pecadores, pobres y necesitados de Ti, Señor.
Esa es la cuestión, sentir dolor de corazón por haber pecado, Señor, y haberte ofendido. Es experimentar dolor de saber que no he hecho tu Voluntad, o, al menos, que no sé qué es lo que debo hacer. Es no sentir fuerzas para descubrir con seguridad y firmeza lo que Tú quieres. Y no saberlo porque mi voluntad flaquea y es débil, y se siente atraída por las cosas de este mundo.
Supongo que aquel fariseo no sentía ningún dolor de contrición. Es más, se sentía buen judío, cumplidor de la ley y merecedor, por su buena conducta, de estar catalogado como buena persona, respetado y hasta admirado. Y, quizás, muchos se sienten así también en nuestro tiempo. Me pregunto, ¿estoy yo entre ellos? Por eso, Señor, te pido que transformes mi corazón, porque yo no quiero sentirme así, ni tampoco estar en contra de tu voluntad.
Parto de que mi corazón está contaminado, lleno de debilidades y tentaciones; parto de que mi corazón busca comodidades y le cuesta despertar a la llamada y servicio de los demás; parto de que mi corazón busca su descanso y confort sin mirar alrededor y preocuparse por los que no lo tienen; parto de que muchas veces dudo entre hacer esto o lo otro. Sé que el Maligno me acecha y trata de confundirme y de llenarme de dudas para que no te escuche ni te atienda.
Y quiero, como la adultera pecadora, llenarte de atenciones, de agasajos y cuidados en los hermanos. Porque ahora, Señor, yo no puedo atenderte ni perfumarte los pies a Ti directamente, pero si lo puedo hacer en los que lo necesitan y son tus preferidos. Porque haciéndolo a ellos te lo hago a Ti. Gracias, Señor, espero que mi corazón, por tu Gracia, vaya transformándose en un corazón humilde, contrito, agradecido y abierto a tu Misericordia. Amén.
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