El valor de las cosas no está en su cantidad, ni tampoco en su importancia, ni siquiera en su valor. No por tanto llover es bueno, ni tampoco por mucha agua. A veces la abundancia estropea, no sólo las cosas sino también las personas. Y sucede que en la escasez todo se estima y se aprovecha mejor. La experiencia nos dice que cuando los tiempos son difíciles, se advierte y descubren los valores, la solidaridad y la fraternidad.
En el fondo, el valor de todo acto se esconde en la intención. No por su valor, cantidad, ni tampoco escasez una acción o donación es buena. Su bondad se mide por su intención y desprendimiento. Es eso lo que valoró Jesús en la actitud de aquella viuda pobre. Mientras los acaudalados ricos mostraban su poder y su generosidad, escondiendo bajo su vestido de apariencia su hipocresía y su mentira, la viuda pobre daba de lo que necesitaba para su subsistencia.
Porque, mientras unos daban de lo que les sobraba sin echarlo en falta, otra, daba de lo que necesitaba y echaría en falta. Compartir no consiste en dar de lo que te sobra, sino en dar de lo que necesitas. Se trata de partir el pan y compartir la mitad con otro. En todo caso, la ayuda se hace amor cuando compartes de lo que tienes y necesitas, o, al menos no te sobra.
Supongo que ha sido eso lo que Jesús quiso destacar en aquella viuda pobre, y lo que quieres advertirnos a todos nosotros. Y eso te pedimos, Señor. Danos la voluntad y la buena intención de hacernos comida compartida para aliviar el hambre y la sed de otros. Danos la fortaleza para sentirnos capaces de saciar nuestra sed y hambre, no satisfaciéndonos, sino compartiendo.
Transforma nuestro corazón, Señor, y conviértelo en un corazón generoso, disponible, servicial, atento y entregado a compartir y a darse. Amén.
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