No está el peligro en el exterior, sino dentro de mí. Por tanto, mi conversión se libra en mi interior, porque es ahí donde también está mi tesoro y mi salvación. Dentro de mi corazón se libra la batalla de mi conversión, porque en él se cuecen todas las tentaciones y malicias que me pueden apartar del auténtico camino de salvación. Se hace necesario reparar mi corazón.
Y eso me es imposible para mí. Necesito la Gracia de Dios para que mi corazón se convierta y expulse todo el mal que en él se cuece. Por eso, desde este humilde rincón de oración pido para que nuestros corazones sean transformados en corazones nuevos, limpios de toda impureza que les pueda contaminar. Porque, no es cuestión de actos externos, ni de palabras que nos vienen de afuera, sino de todo lo que entra en nuestros corazones y anida en ellos. Eso es lo que los estropeas y los pervierte.
Porque, un corazón contaminado y pervertido arroja contaminación y perversión. No puede dar lo que no tiene, y si ha guardado y abonado malos frutos, dará eso, malos frutos cargados de malas intenciones y de perversión. Luego, lo importante es purificarnos interiormente, porque lo que viene de afuera no nos perjudica. De la misma manera que entra se elimina. Pues, es en el corazón donde radica nuestra bondad y desde afuera no se puede contaminar, pues no llega a su interior.
Por lo tanto, pidamos sabiduría y fortaleza para mantenernos puros y limpios interiormente. La Eucaristía es el alimento que nos sostiene y nos guarda de toda mala intención. Frecuentémosla, al menos semanal, los domingos, y de tener oportunidad y poder, cada día. Es nuestra fuerza y nuestra roca, donde nos apoyamos y nos convertimos en fortaleza inexpugnable que, el pecado, no puede derrumbar.
Danos, Señor, el coraje, la valentía y la perseverancia de sostenernos en la fe y confianza en tu Palabra, para, guiados por ella no desviarnos del Camino, la Verdad y la Vida que Tú, Señor, nos muestra. Amén.
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