Jesús no da un rodeo y se va por otra parte. Toma el mismo camino que tú, y lo sufre primero. Te sirve de ejemplo y camina por donde es tentado. Se queda sólo ante el diablo en el desierto y permanece firme y junto al Espíritu, por el que ha sido llevado. Necesita fortalecerse y salir victorioso de esas tentaciones y experimentar la presencia del Padre.
Es tentado en su codicia, poder y gloria, pero resiste. Ha venido al mundo en la humildad, en la sencillez y para dar gloria al Padre que lo ha enviado. Es consciente de su misión y de su entrega a la fidelidad del Padre para salvar a los hombres de la esclavitud. Precisamente, de la codicia, del poder y la gloria, que los esclavizan y los someten a la voluntad del demonio.
Necesitamos hacer el mismo recorrido de Jesús por el desierto de nuestra vida. Pero, no debemos hacerlo sólo, porque el diablo puede engañarnos y hasta acompañarnos suplantando al Señor. Debemos injertarnos en el Espíritu Santo, y en Él dejarnos conducir llevados por sus impulsos, que a veces nos parecen contrarios a los nuestros. Nuestra naturaleza esta herida y se siente inclinada a dejarse arrastrar por sus propias pasiones, y eso lo aprovecha el Maligno.
La cuaresma es un tiempo importante, porque nos recuerda la necesidad de prepararnos, fortalecernos, de mortificar nuestros sentidos y pasiones para sostenernos firmes, sobrios, austeros y poder dominar nuestras apetencias para que no nos impidan amar. Amar dándonos por servir al bien del otro. Y este apartado es muy importante la comunidad. La comunidad que nos alienta, que nos sirve de ejemplo, que nos da fuerza y nos acompaña por la oscuridad que la vida nos puede llevar.
No nos despeguemos de la santa Madre Iglesia y de sus miembros. En ella encontramos el calor, la fortaleza, la sabiduría y la acogida de los hermanos en la fe que nos ayudan a superar nuestra travesía por nuestro propio desierto. Amén.
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