Todo lo que esté fundado en la verdad se afirma en la humildad. porque la humildad es la verdad. Y, al contrario, toda apariencia, que se apoya en la mentira y la hipocresía, termina por ser descubierta y condenada. Y esto sucede, por desgracia, en nuestro mundo. Existió en tiempo de Jesús y existe hoy en nuestro tiempo. Jesús lo advirtió en aquellos fariseos y escribas que, bajo la apariencia de buenos ejemplos de cumplimiento, escondían la realidad de sus obras.
Tratemos nosotros de ser coherentes y de ajustar nuestra boca a nuestras obras, para que todo lo que digamos, al menos se note que nos esforzamos en vivirlo y cumplirlo. Presentémonos como realmente somos y no escondamos nuestros pecados propios de nuestras limitaciones e imperfecciones. No busquemos la gloria de este mundo, porque eso es caduco y perecedero, y todo lo que perece no vale para nada.
Sabemos por propia experiencia que la gloria humana es vana, tal y como es la nuez cocosa. Por fuera aparenta estar sana, pero si la abrimos observamos que está vacía y hueca. Lo único bueno, de valor y que merece la pena es vivir en la verdad. Una verdad que nos hace libres y humildes, porque, todo el que se humilla será enaltecido, y el que se enaltece será humillado.
Pidamos esa Gracia al Señor. Pero al mismo tiempo pongamos de nuestra parte todo el esfuerzo que podamos para que la Gracia del Señor actúe en nosotros. Pues, el Señor ha querido pedírnos nuestra colaboración, en eso consiste nuestra libertad. Somos libres para actuar y colaborar con Dios. El Espíritu Santo no hará nada sin nuestro permiso. Necesita la apertura de nuestros corazones para actuar libremente. Nada se nos impone, sino se nos propone.
Y la primera cualidad que debemos pedir es la humildad. Hazno, Señor, humildes para vivir en la verdad y no buscar la gloria de este mundo, que se apoya en la mentira y en la hipocresía. Hazno humildes para ser enaltecidos según tu Palabra. Amén.
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