No es empresa nuestra ni algo que nosotros hemos inventado. Sería absurdo pensar que detrás de este empeño, de este esfuerzo y trabajo hay alguna ganancia material. Y si así fuera, la empresa a proclamar no sería rentable, pues conlleva mucha renuncia, mucha abnegación y mucho esfuerzo con riego, incluso de tu propia vida. El reino no está en este mundo, y eso implica ya la fe.
Quienes emprenden ese camino se fían y arriesgan sus vidas hasta el extremo de perderla sin espera de ninguna recompensa en este mundo. Todo está puesto en las manos y abandonado en la Palabra del Señor. No hay más esperanzas. Es el amor incondicional y desinteresado quien nos empuja cada día a la lucha diaria por darnos, por renunciar y servir. Y eso no se puede inventar ni tampoco desear por interés o por alguna ganancia mundana.
La misión exige compromiso y fe. Fiarnos de la Palabra del Señor, y abandonarnos en la presencia del Espíritu Santo, que ha bajado del Cielo, para, tras la Ascencion del Señor, acompañarnos en la tarea de cada día, para auxiliarnos y darnos la fortaleza que nos sostenga en la batalla de cada día. Pero, también para asistirnos y darnos la sabiduría, poniendo en nuestra boca, las palabras y todas las señales que necesitamos, tanto hacer como decir y testimoniar.
No es cosa de los hombres, ya lo dijo Gamaliel en el Sanedrín, -Hch 5,39- sino que se trata del plan de salvación que Dios ha pensado para salvar a todos los hombres de la esclavitud y la perdición del pecado. Por eso, confiados en tu Palabra y su auxilio, te pedimos, Señor, que nos ilumine, que nos fortalezcas, que nos capacites y que nos llene de la paciencia necesaria para llevar a cabo ese mandato de proclamar la buena Noticia a todo el mundo.
Y danos la fe, esa fe de ponernos en tus Manos y creer firmemente en tu Palabra fiándonos de todo lo que nos dice y obedeciendo en todo lo que nos mandas. Porque, sólo Tú, Señor, tienes Palabra de Vida Eterna. Amén.
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