Todos entendemos perfectamente lo que significa sal y luz. Todas sabemos las propiedades de la sal y su utilización y servicio para la vida de los hombres. En tiempos más antiguos, precisamente lo de Jesús, la sal era algo casi indispensable que se usaba para la conservación de los alimentos y para darles gusto a las comidas. Hoy ya ha sido sustituida por las neveras y refrigeradores, pero todavía es indispensable para dar ese gusto necesario a las comidas.
El creyente debe también convertirse en sal en su vida apostólica. Debe emular a la sal y dar ese gusto por la escucha de la Palabra y por el amor a los hombres. Debe desprender ese aroma que contagia y que invita a los demás a vivir en el amor que se desprende de la Palabra de Dios. Y, de la misma forma, dar luz e iluminar el camino que nos lleva a identificarnos con el Señor y a seguirle.
Sal y luz que deben convertirse en buenas obras y enseñanzas de la Palabra. Porque, tus obras están respaldadas por tus palabras, y llegas a realizarlas por el conocimiento de la Palabra. Esa Palabra de Dios que debemos escuchar y luego revestirla de sal y luz para contagiar al mundo.
Pidamos esa capacidad y esa sabiduría para, desde la humildad y el servicio, salar y alumbrar nuestros ambientes con esa sal y luz que desprende nuestro corazón creyente apoyado en el Espíritu Santo que nos asiste y nos guía. Pidamos que nuestra vida cristiana esté revestida de la sal y la luz evangélica que salen y alumbren a todos aquellos que se relacionen con nosotros.
Pidamos también que perseveremos en la frecuencia de los sacramentos, Eucaristía y confesión, que nos provena de sal y luz para alumbrar los caminos de nuestras vidas contagiando de verdad, justicia, amor y paz. Amén.
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