No es cuestión de estar esperando, porque el Señor ya está contigo. Está vivo y te acompaña. Se trata de saber advertir su presencia y escucharle. Ahora mismo está dentro de ti y te habla desde dentro, desde tu corazón, desde lo más profundo. Primero, sosiégate, ponte en paz y serénate. El Señor está en lo tranquilo, en lo suave, en lo sencillo, en la brisa que te llena de paz.
Y, ahora, dispón tu oído para escucharle. No se trata de hablar, ni de pensar. Simplemente, permanecer en silencio. Deja que sea Él quien mueva tu corazón y tome los hilos de tu vida. Ábrete a su Amor y déjate amar por Él. Pronto empezarás tú también a amar. No desesperes, porque Él está a tu lado, ¿para qué entonces resucitar? ¿Para marcharse y dejarte solo? Concuerdas conmigo que eso no tiene sentido.
Luego, el Señor está contigo, y también conmigo. Sólo nos basta abrirnos y dejarnos amar por Él. Nos conducirá por el camino que Él quiere para nosotros. Ese camino que nos hace feliz y nos da la Vida Eterna. No te preocupes. Estar con el Señor no puede ser aburrido, ni cansado, ni preocupante ni darnos miedo. No puede ser nada de eso, pues, entonces, ¿qué Señor sería? ¿Nos ha engañado?
Estar con el Señor tiene que ser un remanso de paz, de tranquilidad, de alegría, de gozo, de fortaleza, y, sobre todo, de amor. Estar con el Señor tiene que ser la dicha más grande que podamos alcanzar. Y, si todavía no nos pasa eso, es que no hemos logrado estar con Él plenamente. Posiblemente no hemos sabido encontrarlo como les sucedía a los de Emaús en su retirada. Pero, sabemos cómo actuaron una vez que lo encontraron.
También nos sucederá a nosotros. Por lo tanto, sigamos buscándole y esperándole. Sigamos perseverando y atentos a su Palabra. Busquemos espacios de silencio y de paz para dejarnos embriagar por la Palabra del Señor, que nos atosiga, ni nos apresura, sino que nos llena de paz y de amor. Y cuando llega el amor se da todo, hasta la propia vida. Amén.
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