Nos acercamos a ti con la fuerza esperanzadora de aquella mujer que salió, Señor, a tu encuentro. Te miró y se fascinó de ti.
Ayúdanos a nosotros a dejarnos mirar, a sentir que tú sigues destrozado caminando por la vida. ¡Qué regalo de amor el tuyo, Señor!
Tú, que hiciste imagen para ella grabada en un lienzo. Hoy sigues dejándonos tu imagen en aquellos que pasan por la vida como pobres sedientos y marginados.
Que descubramos tu presencia en todos los hombres que se acercan a nuestra vida, en la eucaristía, tu presencia en persona, donde te sigues dando tú mismo como amor.
Queremos, Señor, ser Verónica, mujer fuerte capaz de acercarse a ti, y, conmovidos, perder el miedo, lanzándonos a enjugar tu rostro.
Tú le regalaste tu figura; a nosotros, Señor, nos regalas tu cuerpo y sangre y, sin embargo, no acabamos de creer en tu amor.
No acabamos de vencer nuestro miedo de siempre, cuando tú eres certeza de amor.
En el camino de la cruz, Señor, mándanos verónicas, capaces de estar cerca de aquellos que sufren por la vida.
Verónicas de cuerpo entero, que deseen amar hasta el extremo y hacer el ridículo, si es necesario, para seguir llevando un poco de amor. Amén.
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