No cabe duda que nuestra vida, desde que somos concebidos en el vientre de nuestras madres, corre graves y grandes peligros. Pensar solo en la posibilidad del aborto es el primer peligro que nos sale al paso, y eso contando que todo el proceso de gestación y demás vaya bien. Bien, es verdad, que hay peligros naturales y otros que son intencionados y dirigidos a hacer mal. Con todos debemos luchar, a unos aceptándolos y a otros enfrentándonos.
Desde esta perspectivas y desde el momento que aceptamos seguir a Jesucristo, es decir, desde la hora de nuestro bautismo, declaramos la guerra a este mundo. Un mundo hostil a las enseñanzas de nuestro Señor Jesús y que le rechazó hasta el extremo de darle una muerte en la cruz y que, por la misma razón, nos perseguirá a nosotros dándole a muchos también muerte.
Nada de eso nos coge desprevenido, porque, ha sido el mismo Señor quien nos lo ha advertido: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo... Y si seguimos adelante es porque injertados en el Señor podemos superar todas esas dificultades que se nos presentan para impedirnos avanzar. Él nos ha liberado y nos ha elegido para iniciar su mismo camino. Es verdad que esa elección tiene mucho de nuestra parte. Somos libres, por la Gracia de Dios, y si libres, capacitados para poder elegir. Así lo ha querido nuestro Padre Dios.
Por tanto, podemos rechazar o aceptar la propuesta del Señor. Y, como nos consideramos tener buen gusto, la aceptamos, Creemos en el Señor y, aunque el camino es arriesgado, lleno de peligros y difícil de sortear, nos atrevemos a ello porque creemos en el Señor, confiamos en su Poder y en su Palabra y en su Misericordia Infinita. Seguros y esperanzados en vencer todos los obstáculos y esperanzados en la Resurrección, avanzamos sin tregua asistidos y acompañados por el Espíritu Santo. Amén.