Nuestro camino no es llano sino que también tiene montañas escarpadas y difíciles de escalar que nos ponen duros obstáculos para llegar a la meta. La vida se hace dura y difícil y los peligros acechan por doquier. Y los más peligrosos son aquellos que se esconden en la mentira, en la aparente buena presencia y en el deleite y placer. Sin darnos cuenta caemos en sus garras y nos costará mucho salir.
Tengamos mucho cuidado porque el peligro acecha en cualquier instante, sobre todo cuando más distraídos estemos. Necesitamos estar vigilantes y muy unidos al Espíritu Santo, que nos defiende y nos protege. También, nuestro ángel de la guarda nos ayudará a salir de las encrucijadas que la vida nos tiende. Necesitamos estar atentos e injertados en el Espíritu Santo para superar todos esos obstáculos y tener la suficiente sabiduría y fortaleza para arrancarlos de nuestro camino y de nuestra vida.
En ese sentido hay que cortarlos de raíz de nuestro corazón y arrojarlos al fuego. Es lo que nos dice el Evangelio de hoy. Tenemos que ser fuertes, y eso lo conseguimos sosteniéndonos injertados en el Espíritu Santo. Él ha venido a nuestros corazones en el momento de nuestro bautismo y nos ha confirmado su presencia en cuanto nosotros hemos recibido el sacramento de la confirmación. Nos, tal y como nos dice en Papa en su audiencia del miércoles, unge con el crisma que nos da al Espíritu Santo que nos conforma con Jesucristo. En Él estamos preparados para superar todos esos obstáculos que nos quieren separar del Señor y perdernos.
Tengamos confianza y oremos constantemente. Cada día es una nueva jornada que trae sus afanes, sus alegría y también sus sacrificios o tristezas, pero que, junto al Espíritu de Dios, podemos ir superando y hasta gozando, porque en Él seremos dichosos y generosos para compartir y fortalecernos en la fe dándonos y amándonos. Amén.
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