Hay misiones que siendo difíciles no son imposibles. Y que con esfuerzo y voluntad llegan a ser realidad. Sin embargo, hay una que es imposible lograrla por nosotros mismos. Se trata de esa misión de amar. Amar al hombre, hasta ahí parece posible, pero cuando se habla de incluso al enemigo, la misión se pone imposible. Porque, el hombre, tocado y herido en su naturaleza, no puede amar a aquel que es su enemigo. Les será imposible hacerlo por su propia fuerza.
¿Acaso te ves en la posibilidad de amar a aquel que te hace la vida imposible y busca todo lo que te hace mal y te perjudica? ¿Cómo amar al que intenta fastidiarte y robarte todo lo que estimas y quieres? Imposible para el hombre, pero no para Dios. Su Hijo, nuestro Señor Jesús lo hizo durante su paso por la tierra, y en el momento cumbre de su historia, condenado y clavado en la Cruz por el hombre, elevando su mirada y su oración al Padre, pidió perdón para todos aquellos que, con nuestros pecados, le habíamos condenado.
Si Él lo hizo, tú, en Él y asistido por el Espíritu Santo, también puedes hacerlo. Él no nos manda nada imposible, porque en, por y con Él podemos superar todo. Por eso, ese mandato del amor está dentro de nuestras posibilidades si permanecemos en Él. Ahí está la clave. Él sabe ciertamente quien eres y cómo eres, y así te quiere. Sólo pretende apartar de ti lo que es malo y no da frutos buenos, para que puedas dar esos buenos frutos que están en ti. La misión es, por tanto, posible.
En esa confianza pidamos al Padre en el nombre del Hijo que nos dé paz, sabiduría y fortaleza para que, llenos del Espíritu Santo podamos cultivar en nuestros corazones esos frutos que Él espera de cada uno de sus elegidos. Danos, Señor, esa capacidad de dar todo lo que tu Amor ha sembrado dentro de nosotros. Que no seamos desobedientes a tu Gracia y demos al mundo esos frutos que Tú has sembrado dentro de nuestros corazones. Amén.
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