No puedo imaginarme dar un paso sin tu presencia, Señor. Sin embargo, mi humanidad es tan pobre y pecadora que me distraigo y el mundo me despista y me desorienta. ¿Cómo puedo dar verdaderos frutos de amor, porque en eso consiste dar frutos, sin estar conectado al único y verdadero Amor? Sin Ti, ya me lo dices Tú, Señor, no puedo hacer nada, y sería un disparate y una cabezonería atreverme a hacerlo.
Dame, Señor, la sabiduría de discernir la verdadera elección de mi camino, que no puede ser otra que seguirte a Ti, porque sólo Tú eres el Camino, Verdad y Vida. Seguirte permaneciendo en Ti cada instante de mi vida y cada paso. Pero, ¿dónde puedo encontrarte? También eso, Señor, me lo has dejado bastante y meridianamente claro: junto a los hermanos en la fe, hoy la parroquia, y en los grupos que allí se unen para compartir su fe y trabajar para dar frutos.
Pero, sobre todo, en la Eucaristía, que Él nos dejó en su última Cena invitándonos a celebrarla en su memoria. Ese pan y ese vino que tras la acción del Espíritu Santo, epíclesis, se convierten en su Cuerpo y en su Sangre, y del cual tomamos nosotros el alimento espiritual para fortalecernos en la lucha diaria contra las seducciones y tentaciones que el mundo nos presenta.
Eso es permanecer. No significa recordarlo y acordarnos de Él, ni hacer algunas oraciones cada día o leer las escrituras. Significa todo eso, pero sobre todo, alimentarnos de ese alimento Eucarístico que nos transmite su misma vida y nos da fuerza para continuar el camino. Sobre todo si podemos y está al alcance de poder hacerlo diariamente. Necesitamos al Señor, pero también necesitamos poner todo lo que está de nuestra parte, pues para eso nos ha creado libres.
Y esa debe ser fundamentalmente nuestra oración, pedirte Padre que nos des la luz y la capacidad de discernir cada momento de nuestra vida en tu presencia. Contar contigo para decidir todas nuestras acciones y ponernos en tus Manos para que se haga tu Voluntad y no la nuestra. Amén.
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