Nos cuesta salir de nuestro propio cascarón y ver a los demás con una mirada limpia e incluyente. Todos los que no sean de los nuestros los excluimos salvo que se vengan con nosotros. Esa fue la problemática que Juan presentó a Jesús: En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros».
Mirémonos ahora nosotros. ¿Nos ocurre eso en nuestros grupos y comunidades? Incluso dentro de nuestra propia comunidad hacemos grupos y nos creemos unos mejores que otros. Imaginemos ahora que nos pasará con otros colectivos que estén fuera de nuestro grupo. La Palabra se hace vida en nosotros y nos invita a descubrirnos y a mirarnos para adentro muy profundamente.
Y la Palabra de Dios nos aclara que lo verdaderamente importante es hacer el bien y amar. Por eso, Jesús replica a Juan de esta manera: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros».
¿A quién le hacemos caso? Es verdad lo que nos dice Jesús, nadie que le invoque y en su nombre haga algún milagro, hablará mal de Él. Todo el que rema a favor de la misma corriente está con Él. Seamos dóciles a su Palabra y pidamos que nuestros corazones sean unos corazones limpios de todo egoísmo y celo, no apostólico sino el otro, el que nos provoca a la envidia y a las malas intenciones, que aboguen por ir juntos a favor de la misma corriente.
Líbranos, Señor, de creernos mejores que otros; líbranos de pensar que mi grupo es el mejor y en el que deben estar otros. Líbranos de excluir a todos aquellos que viven, trabajan y reman en la misma corriente pensando que si no están en mi grupo no lo hacen bien. Líbranos de obstaculizar la labor y el trabajo de otros que hacen en nombre de Dios porque no sean de los míos. Amén
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