Una gran parte de nuestra vida dependemos de nuestros padres. Poco o mucho, todos hemos recibido, al menos en los primeros años, lo necesario para vivir y crecer. Y si en algunos casos no han sido nuestros padres, otros han ocupados sus puestos para ayudarnos y darnos lo que nuestros corazones necesitan para continuar latiendo.
De cualquier forma, todos hemos recibido la vida. Es es el gran don, sobre todo hoy, que está amenazada por el aborto, y que, de tener unos padres que no la respetan podemos vernos condenado a la muerte antes incluso de nacer a la luz de este mundo. En este sentido contamos ya con un gran regalo de nuestro padres que nos la han respetado.
Se experimenta un gran gozo cuando caemos en la cuenta de ese inmenso regalo que es la vida, y todo lo que en y con ella nos viene dado. Vida y todo lo demás que se nos da de forma gratuita, no para nuestro aprovechamiento y conveniencia, sino para darla y compartirla con aquellos que más lo necesitan por carecer de todo o casi todo. O por sus debilidades y poca resistencia a las tentaciones y seducciones de este mundo.
Al inicio de cada día, cuando levantamos el corazón hacia nuestro Padre y rezamos la oración que nos enseñó el Hijo, nuestro Señor Jesucristo, pedimos que nos dé el pan de cada día. Ese pan que necesitamos para alimentarnos, tanto físicamente como espiritualmente. Posiblemente pongamos más énfasis en lo material que espiritual, pero necesitamos tanto lo uno como lo otro. Quizás más lo espiritual, porque ese alimento es el que nos llevará al encuentro con el Padre.
Y tengamos muy presente que el Padre no escucha y nos atiende si lo pedimos en nombre y a través del Hijo.Pero, nos dará lo que nos conviene, según su Voluntad, porque Él es el que sabe lo que realmente es mejor para nosotros. Debemos aceptar su Voluntad como buenos hijos, lo mismo que cuando niños hacíamos los que nuestros padres nos decían, porque ellos siempre buscaban nuestro bien. Y nade mejor que nuestro Padre del Cielo sabe lo que realmente necesitamos.
Haz, Señor, que nuestra voluntad sea siempre tu Voluntad, y danos la paz, sabiduría y fortaleza para, no seguir nuestra pobre e ignorante voluntad sino la Tuya, que es la que el Espíritu Santo nos alumbra y a la que nos impulsa. Amén.
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