Nuestra fe necesita y nos exige probarnos cada día. Una fe que no sea probada no puede ser llamada fe. Sólo cuando supera la prueba disipa la duda de su propia fe y consolida su confianza en esa fe, valga la redundancia, que había confesado. Así fue demostrada la fe de Abraham. Necesitamos, pues, probar nuestra relación con nuestro Padre Dios, tal y como nos enseñó Jesús en su relación con su Padre.
Porque, la fe es probada en la adversidad y en la constatación de superar todos los obstáculos y dificultades que se van sucediendo en el camino de nuestras vidas. Es obvio que no supone mayor dificultad andar el camino llano y sin ningún tropiezo, pues es fácil y cómodo. Son los problemas los que ponen la fe patas arriba y la que origina las dudas. Los problemas empiezan cuando la corriente viene en contra de nuestro camino y nos exige remar con fuerza. Entonces nuestra confianza se resiente y nos exige ponerse de manifiesto.
Dios es nuestro Padre y como buen Padre, el mejor, nos da todo lo que necesitamos para que vivamos en plenitud de gozo y felicidad, pero ese premio al que todos aspiramos exige antes un camino a recorrer, una Pascua que vivir y superar. Así nos lo enseñó Jesús y así fue Él el primero en vivirla, experimentarla y sufrirla. Él nos dará todo lo que necesitamos para alcanzar ese objetivo. Es decir, nuestra meta no está en este mundo, sino en el otro, pero, este mundo, nos servirá como camino para, viviendo según la Voluntad del Padre, alcanzar el otro.
Por todo ello, Señor, te pedimos que no perdamos nunca tu Amistad, para que soportando los malos momentos que la vida nos presenta, que sabemos que llegarán, permanezcamos perseverantes y junto a Ti, confiados en tu Palabra y tu Promesa de Salvación. Amén.