Mientras oramos significamos que tenemos fe y, sobre todo, esperanza. Significamos que somos mortales, seres humanos limitados, pequeños, llenos de imperfecciones y muy limitados de razón para entender la grandeza de nuestro Padre Dios. Estar en su presencia en la comunidad, en las celebraciones litúrgicas, en la actitud de vivir en el amor y en relación personal con Él en la oración es síntoma de que la fe vive dentro de nosotros. A pesar de nuestras dudas y tribulaciones.
Hagamos el esfuerzo de sostenernos ahí, confiando plenamente en la Misericordia de Dios. No somos perfectos, ni mucho menos, pero sí seremos perdonados por la Misericordia de Dios. Y eso debe bastarnos para confiarnos a su Amor y Salvación.
Nuestros padres no exigían esfuerzos y nos ponían en aprietos. Muchas veces no entendíamos por qué nos hacían eso. Sin embargo, siempre sabíamos que, aun sin comprenderlo, lo hacían por nuestro bien. Ya de mayores lo hemos comprendido. Pues, ¿cómo Dios, nuestro Padre Infinitamente Bueno puede mandarnos algo malo? No entra en nuestra razón ni en el sentido común. Dios, con su Poder Infinito, hará todo lo que haga falta para darnos la plena felicidad eterna. Esa es su Voluntad, y eso quiere para ti y para mí. No lo dudemos, porque a ese razonamiento si podemos llegar fácilmente.
Un padre no nos crea para matarnos. Si eso lo hacen nuestros padres de la tierra, ¡cuánto más va a hacer nuestro Padre del Cielo! Nos ha creado para la Vida. Y Vida Eterna. Dejemos nuestra razón limitada y pequeña, incapaz de entender los designios y misterio de Dios, y abandonémonos, no sin muchas razones escritas dentro de nuestro corazón, para terminar diciendo como santo Tomás: "Señor mío y Dios mío".
Gracias, Señor, por esta hermosa y sabia decisión de esforzarnos en conocerte, amarte y seguirte, para siendo tus discípulos, y en la medida de conocerte más, más amarte y seguir el ritmo de paz de tus pasos. Amén.
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