Un labrador prepara su tierra. Sería impensable que no la cuidara y la mimara hasta exigir de ella frutos. De la misma forma, Dios no puede habernos creados para dejarnos estériles y sin dar frutos. Ya, en el pueblo de Israel si señalaba como una maldición ser estéril. Dios nos ha creado y ha sembrado en nuestros corazones la semilla de su Palabra.
Y hoy nos habla en parábola explicándonoslo, para que despertemos y tratemos de acoger, en nuestra tierra particular, esa semilla plantada. Él es ese Sembrador que ha sembrado esa semilla y nosotros seremos esa tierra que la acoge, la fertiliza y la hace dar frutos, por medio de su Gracia.
Necesitamos abrirnos a su Palabra y dejar que nos fecunde y nos, muriendo, haga fructificar y dar buenos y hermosos frutos. Pero, para eso, necesitamos estar atentos, escuchantes, abrir nuestros oídos y disponibles a su siembra. Y eso es lo que te pedimos hoy, Señor. Danos esa capacidad de acoger tu Palabra, y también de discernirla y de aplicarla a nuestra tierra para que dé frutos.
Sin tu Gracia nada podemos hacer, ni ningún frutos podemos dar. Necesitamos la oración y la atenta y paciente escucha, pero acompañada de tu Gracia, Señor. Porque, sin Ti nada podemos hacer. Siempre repetimos las mismas palabras. Y es que no sabemos decir otra cosa. Insistimos confiados en tus Palabras, que nos has animado a ser constante e insistentes. No dejaremos de pedírtelo.
Danos la fortaleza, la sabiduría, la capacidad, la voluntad, la paciencia, la esperanza y la constancia de no desfallecer y sostenernos en tu Palabra. A pesar de no entenderla en muchas ocasiones; a pesar de no poder llevarla a nuestras viciadas y débiles vidas; a pesar de descubrirnos pobres labradores, indignos de ser campos y tierras donde Tú, Señor, has dejado tu semilla. Perdónanos, Señor, y riega nuestras pobres y estériles tierras, para que, por tu Gracia, puedan dar los frutos que Tú Misericordiosamente, esperas de cada uno de nosotros. Amén.
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