No se para, y, aunque lentamente sigue siempre su camino, sin prisas, pero sin pausas, el tiempo. No sólo, nos hace viejo, sino que nos amenaza con hacer viejo todo lo que nos rodea. Permanecer en lo viejo es quedarnos en el pasado y en lo antiguo. Es resistirnos a renovarnos y a continuar envueltos en paños viejos, que quedan obsoletos e inservibles.
Tratar de remendarlos con paños nuevos, corremos el peligro de que, lo nuevo, tire y rompa lo viejo. De la misma forma, guardar vino nuevo en odres viejos tendría la misma reacción. Lo nuevo pertenece a lo nuevo, y lo viejo queda para servirnos de referencia sobre aquellos errores que debemos evitar. La solución es renovarnos y transformarnos en paños nuevos y odres nuevos.
Posiblemente, nuestra manera de relacionarnos con Dios se va quedando anticuada. En la medida que le conocemos mejor, nuestra relación se actualiza y se renueva. Ese renovarse nos va dando pautas para descubrirlo con otra mirada y otro amor. Porque el amor crece y no tiene fin. Es profundo, hasta el punto que llega a plenitud. Es un misterio ir descubriendo cuán grande y profundo es el Amor con el que nuestro Padre Dios nos ama.
Tendremos que conservar lo antiguo, pero siempre estar en la actitud de abrirnos a lo nuevo. Porque, nuestra fe camina, crece y nos abre nuevos caminos. Quedarnos instalados en lo antiguo corre el peligro de anquilosarnos y de hasta perdernos. Lo nuevo no se puede remendar con lo viejo. Necesita, lo nuevo, savia nueva para generar vida nueva.
Danos, Señor, esa savia de la Gracia para aumentar nuestra fe, y que nuestra sabiduría penetre hasta lo más profundo de nuestros corazones para revestirnos de Ti. Despierta, Señor, la alegría y el gozo de sabernos en tu presencia cada instante de nuestra vida, y de vivirlos dándonos y entregándonos, por amor, a los demás. Amén.
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