Tú, Señor, eres nuestra esperanza y nuestra vida. Sin Ti, Señor, ¿a dónde vamos? Sin Ti, la vida no es vida, porque Tú nos has enseñado a vivir en la verdad y el amor. Y, es ahí, en el amor donde se esconde esa felicidad y gozo que buscamos. Tú, Señor, no puedes morir, porque con tu muerte se acabaría mi vida y mis esperanzas.
En Ti, Señor, deposito toda mi confianza y espero, según tu Palabra, la Vida Eterna. Una vida que se me devolverá en la resurrección, tal y como Tú, mi Señor, has Resucitado. Y como, María Magdalena, a anunciado a los apóstoles. Ella fue la primera en experimentar y ver tu Resurrección, y la primera en anunciarla a los apóstoles. Y en ese anuncio descubrimos esa Verdad escondida dentro y en lo más profundo de nuestros corazones.
Gracias, Señor, porque has ofrecido voluntariamente tu Vida, para que la mía también fuera salvada, eterna y dichosa. Gracias, Señor, porque has dejado tu huella en los labios de María Magdalena, para que anunciando tu Resurrección a los apóstoles, nos la dio a conocer a nosotros también.
Danos, Señor, también a nosotros, la sabiduría y la fe de proclamarla con la misma convicción y entrega. Ayúdanos, Señor, a dejarnos de tantas ataduras que nos impiden verte y adorarte, y, sobre todo, anunciarte con nuestro testimonio de vida y de palabra. Aumenta nuestra fe y nuestra experiencia de tu presencia, y fortalece nuestra voluntad y convicción para, con nuestro testimonio, derramar el anuncio de tu Resurrección, roca y fundamento de nuestra fe. Amén.
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