No podemos ignorar los peligros que nos acechan. Somos carne humana, débil y frágil. Inclinada a dejarse tentar por las apetencias, apegos y pasiones de nuestra debilitada naturaleza humana. La cárcel que nos aprisiona y esclaviza. Y cuyo guardián, con malas intenciones, y príncipe del mundo, trata de mostrárnosla hermosa, apetecida y gozosa para vivirla en este mundo.
Mentiras sobre mentiras. Nuestra esclavitud es el pecado, y en él estamos aprisionado y debilitado. Y nuestros deseos son la liberación. Liberación que el mundo nos oferta apoyada en el poder, la riqueza y el placer, pero que, experimentados, percibimos el vacío, la tristeza, el sin sentido y la muerte.
Sólo en el Señor encontramos la libertad y la liberación de esa esclavitud del pecado. Sólo, por su Gracia, y adherido a la acción del Espíritu Santo, encontramos la fortaleza, la sabiduría, la inteligencia y la voluntad para combatir, afirmarnos y vencer los peligros y tentaciones que se nos presenta a lo largo del camino de nuestra vida.
Sí, Señor, como Tú, queremos recorrer nuestro camino hasta llegar a Jerusalén. A nuestra Jerusalén particular donde encontraremos tu Gracia y tu Misericordia. A la Jerusalén de nuestra hora, donde, junto a Ti, podremos descansar y encontrar ese remanso de paz, de gozo y felicidad plena. Porque sólo Tú, mi Señor, eres el Camino, la Verdad y la Vida.
Danos esa fortaleza y sabiduría para que, aderezada nuestra voluntad con la fuerza de tu Espíritu, sepamos rechazar y vencer todos esos peligros que el príncipe del mundo nos presenta para alejarnos de Ti. Amén.
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