Eso es lo que quiero, Señor, arder de deseos de amar y contagiar al mundo en el que vivo de esa clase de amor. Pero se me hace difícil, costoso y casi imposible lograrlo. Mi corazón no logra arder lo suficiente para prender a otros. Peor, se enfría y amenaza con apagarse él. Por eso, Señor, recurro a Ti y confío en Ti.
En Ti, Señor, pongo todas mis esperanzas y todas mis fuerzas. Descanso todas mis batallas y luchas que, siendo infructuosas, apoyo en tu Palabra y tu Poder. Recuerdo esos consejos que me dabas haces días, Lc 18, 1-8, y me esfuerzo en ser constante y perseverante en pedirte cada día las fuerzas y voluntad que necesito para sostener mi corazón prendido del tuyo y también quemar a todos aquellos de buena voluntad que se acerquen a mí.
Danos, Señor, la virtud de la perseverancia para no desfallecer a pesar de no ver los frutos y experimentar que el mundo va peor cada día. Danos la confianza y la esperanza de sabernos escuchado, atendidos y protegidos por Ti, y la fortaleza de no abandonarnos ni rendirnos en manos de los enemigos que quieren apara el fuego de amor de nuestros corazones.
Esa es nuestra oración de hoy. Unidos todos los que pasemos por este humilde rincón, y tomados de la mano, elevemos nuestras oraciones al Señor para que el mundo, prendido del fuego de amor del Señor, sea capaz de vivir en paz, justicia, fraternidad y verdadero amor como el Padre y el Hijo viven. Amén.
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