Bien es sabido que lo que no se conoce no se puede querer ni desear. Es necesario saber que existe tú para que el yo te quiera. Y la razón de proclamar la Buena Noticia de salvación es para que los hombres la conozcan y la puedan buscar y desear. El sentido común nos lo razona claramente.
Sería injusto y absurdo que teniendo una oportunidad, nuestra vida, para salvarnos, la desperdiciemos por ignorancia y desconocimiento. Además, estando esa huella de salvación dentro de nuestro corazón. Por eso, necesitamos que se nos anuncie y se nos explique, para, conociéndola, podamos amarla y poder salvarnos. Y esa es la misión de nuestro Señor Jesús, que ha dejado en sus apóstoles como continuadores después de su Resurrección a los Cielos.
Por eso, el cristiano se siente responsabilizado a dar testimonio de su fe. Una fe que se sugiere, que se ofrece, que se propone y que se comparte. Una fe que se da a conocer libremente, para que tú, también de forma libre, elijas tomarla o dejarla. Sin imposiciones ni presiones. Desde la libertad de decidir y elegir por ti mismo. Y así es, observamos que muchos, libremente y por su propia voluntad, la rechazan. Y son respetados. Jesús también los respetó.
Pero eso no nos exime de compartirla y anunciarla. Porque a todo aquel que le sea anunciada le será también cargada su responsabilidad de aceptarla o no. De momento sabemos que aquí no nos quedamos, y que luego nos reuniremos con el Padre. Sí, muchos no lo creen, pero llegará el día. Y es esa la hora donde se nos pedirá cuenta de nuestra responsabilidad.
Pidamos al Señor la fortaleza, la sabiduría y la paz de recibir la luz de la Verdad y de saber proclamarla y llevarla, ofreciéndola con libertad y voluntariamente a todos aquellos que, libremente, decidan abrazarla. Amén.
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