Oímos decir: "La fe mueve montañas", y sin embargo, si la montaña no se mueve no podemos quedarnos tranquilo. El resultado, tendríamos que convenir, es que no hay, o muy poca, fe. Y es poca porque también lo es mi compromiso. No queremos entregarnos, pues el mundo tira de nosotros. Un mundo donde tenemos nuestros vicios, nuestros apegos y nuestros hábitos que nos cuestionan y nos exigen tiempo para ellos. Y nos cuesta abrirnos al compromiso de entregarnos. Así, nuestra fe no crece ni se mueve.
Pero, lo peor no es eso, sino la impotencia que experimentas al no sentirte con fuerzas para aumentar tu fe o para comprometerte más. Experimentas que tu fe se queda estancada y de quedarse quieta, retrocede y se apaga. Mi oración no puede pararse, sino insistir, ya me lo advierte y aconseja el Señor, en pedir la fe. Una fe que, no sólo me cuestione, sino que me impulse y me ponga en camino.
Camino que es movimiento y acción. Una fe que me llene de paz y serenidad, y que me sitúe en las verdaderas coordenadas de mi camino con una verdadera respuesta y compromiso ante la Palabra de Dios Posiblemente tenga que esperar, porque no soy consciente de mi situación, ni se realmente por dónde debo i,r o qué debo hacer. Se trata de confiar y permanecer en Él y su Palabra. Nos pondrá en órbita y nos señalará el camino fortaleciendo nuestra fe.
No podemos desconfiar ni tener miedo. Es el Señor, el enviado del Padre, su Hijo Predilecto, el Mesías prometido. Su Palabra tiene siempre cumplimiento y permanece en Él. En y con Él nada nos puede pasar y a nada debemos temer. En sus Manos estamos seguros. Posiblemente, como ocurrió con los apóstoles, no le entenderemos, pero tengamos siempre fe y creamos en su Palabra.
La vida, nuestra vida, mediante nuestro camino nos irá revelando, en el Espíritu Santo, que Jesús, el Señor, es el único y verdadero Camino, Verdad y Vida. Pidamos esa sabiduría y esa Gracia. Amén.
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