Cuando oyes estas palabras del Evangelio de hoy, el primer pensamiento que me viene, al menos a mí, es que mi fe, si tengo alguna, es muy frágil y pequeña. Posiblemente, menos que un grano de mostaza. Y digo esto por lo que dijo el Señor con respecto al grano de mostaza -Mt, 17, 20-. Y porque me siento impotente de hacer lo que el Señor manda a hacer a los que tienen fe.
Indudablemente es un misterio. La Cruz es un misterio, porque es el signo de nuestra vida. No hay nadie que no admita que su vida tiene siempre una cruz. Cuando no es por él, es por otro o por cualquier circunstancia que se presenta. La cruz siempre está presente. Pero, para el cristiano esa cruz es signo de esperanza y de triunfo, porque en la Cruz nuestro Señor alcanzó el triunfo sobre la muerte y la venció. Desde entonces, la Cruz es signo de triunfo y esperanza para el Cristiano.
Detrás de cada cruz hay vida y esperanza, porque al final siempre hay victoria y triunfo. La Cruz es signo de Resurrección y siempre está al final, detrás de la tragedia, de la desesperanza, de la lucha, de la oscuridad, de la fatiga, del trabajo, del sacrificio, de la renuncia, de la aparente muerte...etc. La Cruz no tiene la última palabra, porque tras ella se erige la Resurrección, que nos llena de triunfo, de gozo y de plenitud eterna.
Por eso, mi fe es también una cruz, una cruz de dudas, de vacilaciones, de tentaciones, de lucha constante y de esfuerzo confiado en la Palabra del Señor. La fe exige una lucha constante y un fiarse y dejarse llevar por la fuerza y sabiduría del Espíritu Santo. La fe me exige silencio, obediencia y confianza, porque Jesús la ha ganado por mí en la Cruz, y me la dará a su debido tiempo. Confiar en su Palabra es lo que nos toca a nosotros ahora.
Confiemos, pues, y creamos que el Señor es nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida. Él es la victoria y el triunfo sobre la muerte. La ha vencido en la Cruz, y también nosotros lo lograremos en Él venciendo nuestras propias cruces. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario