Nuestra naturaleza está sometida a las inclinaciones de este mundo. No podemos escapar a los sentimientos de venganza, de odio, de envidia, de ambición, de placer, de poder, de riqueza, de vanagloria, de triunfo, de todo aquello que nos haga sentir mejor que los demás. Y, aún sintiendo todo eso así experimentamos que no queremos hacer el mal sino el bien. Y siendo eso así dejamos de hacer el bien y hacemos el mal.
Esa es la lucha a la que está sometida nuestra naturaleza humana, y sólo podemos liberarnos cuando abrimos nuestro corazón al Espíritu Santo. Ese Espíritu Santo que recibimos en nuestro bautismo y que, desde ese momento, nos asiste, nos fortalece y nos ayuda a superar todas esas adversidades. Pero, necesita nuestra colaboración, pues, para eso somos libres. No podemos quedarnos pasivos esperando que nos ayude sino, además de pedirlo, poner todo lo que está a nuestro alcance.
Por eso, Señor, te pedimos que nos des toda la fuerza necesaria para la lucha de cada día contra esos obstáculos y tener la voluntad y la sabiduría de saber cortar todo aquello que nos pueda perjudicar alejándonos de Ti. Saber encontrar las circunstancias, los espacios, los ambientes y todo lo que nos sea favorable para perseverar y mantenernos unidos a Ti.
Tener la firme voluntad de despojarme de todo aquello que intuyo me está debilitando y apartándome de Ti y buscar los espacios de oración, de la frecuencia de los sacramentos y de la Eucaristía. Y la conciencia de saber que todo lo de este mundo pasa menos tu Palabra. Y, sobre todo, de cuidar mi testimonio, mi ejemplo para no escandalizar a los más vulnerables, a los más inocentes y más débiles. Por todo ello, Señor, te pido que me llenes de tu paciencia, tu fortaleza, tu humildad, tu misericordia y compasión para servir y no buscar ser servido
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