Lo justo es que lo que recibes, tú también desees que otro lo reciba. Es decir, amar como deseas ser amado. O lo que es lo mismo, desear que traten a los demás, tal y como tú quieres ser tratado. Eso ya nos lo había dicho Jesús. Viene desde la Ley y los profetas: "Amar al prójimo como a ti mismo".
Sin embargo, Jesús da un giro de tuerca y se pone Él como ejemplo: "Ámesen unos a otros como yo los he amado". Él es la referencia y el ejemplo a seguir. De modo que, ya no vale amar como a mí mismo, sino como nos ama Jesús. Esa es la perfección y el criterio. Así, cuando te presentas delante de Él adviertes que sí tú no estás dispuesto a perdonar las ofensas recibidas, tampoco el Padre te perdonará tus ofensas.
Eso lo recordamos todos los días en el Padre nuestro, pero quizás lo olvidamos con relativa frecuencia. Cuando el perdón se me atraganta, recuerda que Dios te está perdonando a ti, y que, en su presencia, te exigirá que tú también perdones. Luego, perdonar las ofensas recibidas de otro, es recibir el perdón de Dios. El premio no es proporcional, porque recibir el perdón por tus ofensas y pecados al Señor no tiene precio, ni tus méritos tienen valor para ello, pues son finitos, mientras lo recibido de Dios es Infinito. Su Amor es Infinito.
Dios mío, te pedimos que nos revistas de sabiduría para, si no entender, sí, al menos, perseverar con paciencia y fidelidad a tu Palabra. Y aumentar nuestra fe y esperanza a la gratuidad de tu Amor, que nos llena de tu Gracia, gozo y alegría eterna. Amén.
1 comentario:
Si, Señor revísteme de ti, para poder vivir en tu misericordia.
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