El perdón está cada día en nuestros labios. Cualquiera que se aprecie de creyente rezará el Padre nuestro cada día, y recordará la necesidad de perdonar tal y como el Padre nos perdona a cada uno de nosotros. No hay vuelta de hoja, ni interpretaciones que encierren otro significado. Si tú quieres recibir perdón, tendrás también que perdonar.
Ahora, ¿nos resulta difícil? ¡Claro!, ¿quién lo niega? Diría, ¡no difícil, sino dificilísimo! Y eso descubre y hace comprensible a todas luces la necesidad de relacionarnos con el Padre y pedirle, cada día, incesantemente que nos dé la fuerza del perdón. ¡Bien sabía Jesús la necesidad de perdonar! Y, al menor ruego de sus discípulos que les enseñara a orar, nos deja esta hermosa oración, el Padre nuestro, donde nos da un estilo de vida y una clara necesidad de perdonar, tal y como el Padre nos perdona.
Por eso, cada día rezamos, sin desfallecer, la oración del Padre nuestro. Y lo hacemos varias veces y a cada instante que nos relacionamos con el Señor. Es necesario pedirle sabiduría, voluntad y fuerza para saber sobreponernos y compadecernos. Necesitamos discernir mucho sobre la exigencia del perdón. Porque nuestra forma de pensar es diferente y egoísta. Nosotros entendemos el perdón, pero lo entendemos de otra manera. Nuestro pecado no nos lo deja ver de otra manera.
Perdonamos, sí, pero hasta cierto límite. Donde más nos acercamos al Señor es en el amor de los padres con sus hijos. Ahí nos aproximamos y nuestra compasión se alarga y se hace paciente, pero también se agota y se rinde. Sólo, experimentando la Misericordia con la que Dios nos trata y nos perdona, olvidando nuestras ofensas, seremos, auxiliados por su Gracia, capaces de también perdonar.
Por eso, de nuevo y unidos a todos decimos: Padre, perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Amén.
2 comentarios:
Gracias.
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