Somos débiles y propensos a las apariencias. Nos experimentamos inclinados a aparentar. Escondemos nuestras debilidades delante de los demás, y eso nos trae graves consecuencias. Muchas rupturas entre matrimonios son consecuencia de las apariencias, que, luego, en la convivencia, no se pueden esconder y salen a la luz. Mostrarse tal como se es es la mejor carta de presentación. Al menos no tiene engaños ni tampoco sorpresas futuras. Se sabe con quien se va.
En la vida de la Iglesia ocurre lo mismo. Ya ocurrió en la cátedra de Moisés, donde se sentaron escribas y fariseos y gustaron de aparentar y falsear su fe y santidad. Y ocurre ahora también. Muchos se esconden en sus propias apariencias para figurar y parecer lo que no son. Todo lo que hacen está recubierto de segundas intenciones que persiguen sus propios intereses y satisfacer sus egoísmos.
Tampoco nosotros estamos excluidos. Nuestra naturaleza es débil y propensa a caer en esas tentaciones. Necesitamos el camino cuaresmal para advertirnos de estos pecados y para prepararnos y no caer en estas tentaciones. Necesitamos prepararnos y revestirnos de la Gracia del Espíritu para sortear todas estas ofertas y tentaciones que nos amenazan.
Por eso, te pedimos, Señor, que nos des la sabiduría de ser auténticos y no aparentar. Mostrarnos tal y como somos y reflejar nuestra humanidad débil pero deseosa de mejorar y crecer asistido por la fuerza del Espíritu Santo. Queremos caminar y convertirnos a vivir una vida tal y como Tú, Señor, nos la presenta y señalas. Una vida escondida en la humildad, el servicio y el amor. Una vida donde, despojado de todo título, honores y alabanza, seamos humillados para en Ti, Señor, alcanzar el honor de ser enzalzado.
Y en esa actitud y esfuerzo nos abandonamos en tus Manos, Señor, para abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que nos guia y nos dirige por las caminos de este mundo tentador y lleno de peligros. Danos, Señor, un corazón humilde y servicial. Amén.
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