El peligro está en que sea yo quien quiera elegir. Porque casi siempre y con mucha frecuencia, impedimos que el Espíritu Santo nos ilumine y nos señale el lugar y la misión en la que consagrar tu vida o parte de tu vida. El peligro es que, posiblemente, elegiremos pensando en nosotros mismos, en nuestras comodidades y acomodamiento. Somos débiles y, sin darnos cuenta, tiramos para nuestras apetencias y gustos.
A nadie le gusta sufrir, ni sentirse incómodo. Busca siempre el lugar más adecuado a su comodidad. Por eso, te pido, Señor, que no me dejes elegir a mí, porque, engañado por mi egoísmo, elegiría mal y lo que no me conviene. Sin embargo, también existe otro peligro, que llevado por mi vanidad y deseos de triunfo, mire más alto de lo que puedo dar. Entonces me agobiaré y lo haré mal.
Tú, Señor, sabes lo que puedo dar, pues Tú me has dado los talentos que tengo que negociar. Y eso quiero hacer, Señor. No quiero meterme en lugares para los que no estoy hecho, ni despreocuparme de aquello para lo que Tú me has dotado. Indícame el camino a seguir y señálamelo, porque de no verlo puedo perderme.
Hay una señal que me indica donde puedo estar y qué hacer. Aquello que tú descubres cómo que haces bien, o al menos gusta, y es bueno. Es decir, ayuda a otros a encontrarte y a fijarse en Ti. Y que haciéndolo, a pesar de que comporte trabajo y esfuerzo, tú te sientes con fuerzas, con ganas, entusiasmo y ganas de seguir. Y experimentas fortaleza, voluntad y gozo el hacerlo.
Entiendo que ahí estás Tú, Señor, que me animas y me empujas en las respuestas de los demás, que responden y se sienten animados al compartir estas reflexiones sencillas y humildes hechas con todo el cariño y el amor que puedo. Escritas desde las vivencias personales de mi encuentro de cada día contigo y alumbradas desde tu Palabra y tu Espíritu. Gracias, Señor, por experimentar que Tú te haces presente entre todos nosotros y nos alumbra el camino que cada uno tiene que seguir. Amén.
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