Nos preocupa estar delante del Señor. Muchos no sabemos qué decirle o qué pedirle. Quizás, nos distraemos o creemos que no nos escucha. En fin, no sabemos orar o pensamos que es algo que debemos aprender. Sin embargo, no sabemos como empezamos a hablar con nuestros padres, y también a pedirle las cosas que nos gustaba o necesitamos. ¿No es Dios nuestro Padre? Al menos así nos lo ha presentado su Hijo, nuestro Señor.
También, hemos aprendido de nuestros padres a saber que hay cosas que no nos dan, y hasta que nos las prohiben. En aquellos momentos nos enfadábamos, pero ahora reconocemos que tenían razón. No nos convenía aquello que con tanto interés y muchas rabietas queríamos. Pues, supongo, que con nuestro Padre Dios, tal y como Jesús nos lo describe, nos tendremos que relacionar de la misma manera.
Recordamos como era nuestra relación de niño. En muchos casos, casi siempre, no eramos conscientes de lo que decíamos y hacíamos. Posiblemente éramos dirigidos y lo repetíamos como loros. Pero, ahora, más conscientes y responsables de nuestros actos, sabemos mejor hablar con Dios. Y hemos de hacerlo con franqueza y confianza.; con tranquilidad y generosidad; con solidaridad y servicio. Porque, lo que debemos pedirle a nuestro Padre Dios es que nos enseñe a amar. A amar como nos ha amado su Hijo y a servir como nos ha servido su Hijo.
Esa debe ser, en mi humilde opinión, nuestro diálogo con el Señor. Podemos hablar de como van nuestras cosas; podemos pedirle las necesidades materiales que necesitamos para vivir dignamente; podemos contarle nuestras dificultades, nuestras debilidades, nuestros temores, nuestros peligros...etc. Y pedirle que nos aumente nuestra fe; que nos dé un corazón limpio, desprendido, generoso, servicial. Cada día habrá un tema, un obstáculo, un peligro, una necesidad...etc. Es nuestro Padre y con Él debemos hablar convencido de que nos escucha, nos ama y nos dará lo que realmente nos convenga para llegar salvos a su Casa. Amén.
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