Todos experimentamos sentimientos sin poderlo evitar. Entran y salen y vuelven hacerlo cuando les plazca según reciben estímulos o sensaciones del exterior. Y nos hacen sentirnos bien o mal dependiendo del resultado de lo que suceda o nos pase. A un estímulo malo nos enfurecemos y nos violentamos. Y quizás respondemos mal. Y lo contrario cuando recibimos buenos estímulos que nos agradan y nos sientan bien.
Eso hace que, algunas veces estemos bien y otras mal. Eso hace que, algunas veces sonriamos y otras nos pongamos huraños y enfadados. Eso hace que experimentemos odio y deseos de venganza.
Por eso, es de sentido común pensar que Dios nos haya dotado de voluntad. Voluntad para decidir poner remedio a esos sentimientos. Y eso explica también lo de nuestra libertad. Somos capaces de poder decidir contra esos sentimientos, y tratar de dominarlos. Tanto los buenos como los malos. Porque tanto unos como otros pueden traer consecuencias graves. Los buenos, moderándolos y no dejarlos expresarse de forma muy efusiva o excesiva, y los malos, controlándolos y transformándolos en actos buenos.
Porque de eso se trata cuando hablamos del amor. Amar no consiste en buenas palabras, afectos, caricias, buenas caras...etc. Amar consiste en hacer el bien, y, fundamentalmente, devolver bien por mal. Amar consiste en convertir esos sentimientos malos que nos producen dolor, odio y venganza, en actos buenos, de solidaridad, de paz y bondad. Incluso, a pesar de que dentro sigamos experimentando ese sentimiento de odio y venganza. Es dejarte crucificar en tu propia cruz para devolver, por cada clavo que entra en tu cuerpo, un bien que pueda transformar el corazón del otro.
Pidamos esa sabiduría de saber amar, aceptando eso sentimientos que nos provocan odio y venganza, y, controlándolos, ir los convirtiendo en correspondencia de actos de bondad, de justicia, de paz y de amor. Porque en eso consiste el amar, y esa es la Voluntad de Dios. Amén.
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